viernes, 29 de septiembre de 2017

RESEÑA (by MB) ::: CORTEJO EN LA CATEDRAL - Kate Douglas Wiggin




Título original: A Cathedral Courtship
Autora: Kate Douglas Wiggin 
Editorial: dÉpoca
Traducción: Rosa Sahuquillo
Prólogo: Susanna González
Páginas: 130
Fecha de publicación original: 1893
Fecha esta edición: junio 2017
Encuadernación: cartoné
Precio: 15,90 euros
Ilustraciones interiores: Charles E. Brock
Katharine «Kitty» Schuyler es una pizpireta joven americana de diecinueve años que desembarca en Inglaterra junto a su anciana tía Celia para recorrer la ruta de las ciudades catedralicias más importantes. Paseando entre vetustos montones de piedras y ciudades repletas de historia, Kitty pronto vislumbra un atractivo añadido al paisaje arquitectónico: el joven Jack Copley, americano como ella, que está realizando el mismo recorrido turístico. En el momento del fortuito encuentro resulta evidente la mutua atracción existente entre los jóvenes, y así da comienzo una particular persecución del amor en la que Jack no solo cortejará a Kitty, sino que tendrá que ganarse la atención de su cegata tía, que no parece advertir su presencia a pesar de encontrárselo por todas partes durante el «asedio».

Cortejo en la catedral... ya solamente la portada me inspira un mundo de posibilidades, pues en ella encontramos todas las pistas para disfrutar de esta grande y maravillosa novela. Lo de grande no lo digo por su extensión, lo comento por lo extraordinario y perfecto que es este libro. 

Considero que es un trabajo de orfebrería literaria, minucioso y refinado, donde todas las piezas de la obra se han elaborado con finísimos hilos casi invisibles que, entrelazados, realzan el resultado de una labor conjunta.

En cada página, en cada centímetro de cada hoja del libro, se desprende el amor y el buen hacer de una autora perfeccionista e inteligente, que se combina con el trabajo artesanal de una traducción superior y la edición de dÉpoca, a las que hay que sumar las ilustraciones originales de Charles E. Brock, que se caracterizan y singularizan siempre por su exquisitez y elegancia.

El resultado es una filigrana de libro que no te cansas de tocar, releer y saborear... son muchos los detalles aparte de la historia que se nos cuenta, pues nos aporta una serie de datos, notas, pies de página y aclaraciones que enriquecen y enriquecen la obra global. Todo eso lo comento porque creo que el libro es perfecto tal y como es, ni se puede quitar ni aportar nada... hay que saber saborearlo en su esencia, exquisitez y elegancia como toda joya creada y magnificada. 

Cortejo en la catedral, como Kate D. Wiggin nos avanza, es el prefacio de una gran historia de amor y el inicio de una vida en común, de la que son protagonistas Katharine "Kitty" Schuyler y Jack Copley. El cortejo es ese mundo de posibilidades e ilusiones donde las mentes y los corazones se orientan o desorientan en el camino que, puede que sí o puede que no, les lleve a su triunfo final.

Sí por algo me gustan estos cortejos decimonónicos es por todo el empaque que envuelve ese proceso. Las interpretaciones, pretensiones y pensamientos; lo que se dice y lo que no se dice con solo un gesto o una mirada, lo que se espera y lo que no, lo permitido y lo prohibido... en fin, una serie de actividades para los que nuestros antepasados debían prepararse y formarse.

Se aconsejaba que este proceso no se alargara en el tiempo pues, si eso ocurría, alguno de sus protagonistas podía languidecer, caer en la tristeza y la melancolía. Pero, para que eso no ocurriera, la sociedad ya marcaba sus tiempos con los pasos correspondientes para no caer en dicha languidez. La historia que nos narra Kate D. Wiggin está centrada en esta etapa, en los inicios de un romance, el cortejo en sí. En concreto, Kitty y Jack nos descubren, con sus voces y pensamientos, todo ese torrente de sentimientos que nacen y se enraizan en sus corazones.

Así, las visitas a las diferentes ciudades catedralicias inglesas son las pautas que marcan los tiempos con sus diferentes ritmos. Kate D. Wiggin nos lo narra con ese lenguaje sencillo, ágil y elegante con el que se forjan los grandes clásicos, los pilares que sustentan la humanidad y su cultura. Por eso, aparte de la historia de los protagonistas, narrada a dos voces, iremos conociendo de primera mano sus distintas razones e interpretaciones. Cada paso o palabra que que expresan e intercambian consigue enganchar al lector a su incipiente romance.


La narración nos aporta en sí misma un sinfín de posibilidades... reconozco que tengo una mente esférica y me resulta muy difícil centrarme en un solo punto; cuando mi interés se despierta, las conexiones neuronales empiezan a trabajar. Conforme íba descubriendo las diferentes ciudades con sus distintas catedrales, hoteles, pensiones... a mí se me metió en la cabeza que Cortejo en la catedral es una filigrana de guía, porque me encantaría realizar el mismo viaje. 

Seguir los pasos de Kitty y Jack sería un plan fantástico al visitar todas estas ciudades: Winchester, Salisbury, Bath, Gloucester, Oxford, Londres, Ely, Peterborough, Lincoln, York, Durham, Canterbury y Chester. Pero como esto lo veo un poco casi imposible, me conformo con esta maravillosa novela que por sí misma que ya ocupa su lugar en mi casa.

Kate Douglas Wiggin (1856- 1923). Reconocida novelista y educadora infantil americana.

Entre sus obras destacan las novelas para adultos Mother Carey's Chickens (1911), A Cathedral Courtship (1893) y Penelope's English Experiences (1893), así como el cuento infantil Rebecca of Sunnybrook Farm (1903).

miércoles, 27 de septiembre de 2017

RESEÑA (by MH) ::: CAPRICHO DE LA REINA - Jean Echenoz




Título original: Caprice de la reine
Autor: Jean Echenoz
Editorial: Anagrama
Traducción: Javier Albiñana
Páginas: 103
Fecha de publicación: junio 2015
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 12,90 euros
Ilustración de cubierta: Alessandra D'Innella / Millennium Images

En Capricho de la reina Jean Echenoz reúne varios relatos previamente publicados en revistas de arte y proyectos diversos, como una publicación teatral. Son siete cuentos que nos transportan a siete lugares: un parque, un puente, el fondo marino, Suffolk, Mayenne, Babilonia y Le Bourget. Siete historias en las que veremos desfilar al decrépito y heroico almirante Nelson, vencedor en la batalla de Trafalgar, o al obsesivo ingeniero de puentes Gluck; en las que seguiremos el trazo de la pluma de un escritor que dibuja una exquisita panorámica de la campiña de Mayenne, y nos acercaremos a las estatuas de los jardines de Luxemburgo en París.

Se trata de «caprichos», tal vez por su aparente arbitrariedad temática. Pero entre pieza y pieza descubrimos un hilo invisible que los engarza, y no es otro que el impecable estilo de un escritor que construye con las palabras justas y la precisión de un miniaturista un espléndido conjunto de grandes relatos.
Tenía esta compilación de relatos hace un par de años en la estantería, y teniendo en cuenta que son unas cien páginas como mucho que se leen en un par de horas, la verdad es que no sé por qué lo he aparcado tanto tiempo. He vuelto a acordarme de él porque para el reto genérico hay que leer un par de libros de relatos, y este año no he leído nada de nada de este género. El caso es que me acordé de Jean Echenoz, y lo recuperé de esos abismos estanteriles donde dormitan tantos y tantos libros (al menos en mis abismos duerme un número vergonzante).

Sin rodeos. No sé si he hecho bien conociendo a este autor con sus relatos en lugar de sus novelas. De hecho estoy segura de que lo he hecho mal. Cuando un autor es venerado en ciertos círculos culturales y literarios elevados y especializados, como es el caso, cuando me encuentro críticas fantastidubis sobre la obra que yo acabo de leer, como es también el caso, y me encuentro que a mí no me disgusta pero no me maravilla en absoluto, como es también el caso, siempre se me queda cara de "¿seré yo o serán ellos?". Y en este caso estoy casi segura de que seré yo, pero eso no hace que cambie de opinión sobre la lectura concreta que hoy os traigo. Y no me malinterpretéis, siendo justa, muy justa, la prosa de Jean Echenoz me ha parecido estupenda. Su prosa, sí, pero la calidad de los relatos es muy, muy irregular. Hay algunos maravillosos, y alguno que es un tostón. Luego están los que bailan entre dos aguas, y ni para ti ni para mí. Y luego está el de "si yo escribo esto, no me lo publican ni en el folleto del Mercadona".

Los siete relatos son independientes en todo: no comparten temática, ni estilo ni tampoco tipo de narrador. Los cuentos fluctúan de personajes históricos como Nelson a un ingeniero de puentes; del parisino Jardín de Luxemburgo a un submarino; de un caballero que coge trenes para comer bocadillos a un paseo por Babilonia o la campiña de Mayenne... Todos estos relatos fueron publicados en revistas de arte, prensa y diversos proyectos entre 2006 y 2014, y compilados finalmente en este volumen en 2015. Si algo tienen en común es, como digo arriba, lo bien escritos que están, la prosa del autor. Muchos de ellos comparten también un sentido del humor soslayado que en algunos, como En Babilonia, se desborda. Relatos de cinco páginas, y relatos de casi treinta. Pero ningún nexo de unión per se.

NELSON abre la marcha. Coge una anécdota muy conocida de Nelson (que no os voy a contar porque si no os cuento el relato, que apenas tiene cinco o seis páginas) para montar un retrato rápido, preciosista y efectivo de este almirante y héroe inglés. Lo hace muy bien... y ya está, no da para más la cosa. Sabe a poco.
Y así, manco, tuerto y excitado, el almirante se interna entre macizos y arriates y se aleja a solas hacia los bosques, no sin pasar por un cobertizo donde echa mano de una regadera.
CAPRICHO DE LA REINA da nombre al libro. Y es uno de los mejores relatos porque es un ejercicio imponente de descripción narrativa. Estamos en la campiña de Mayenne, nuestro narrador se sitúa en un punto y, girando sobre sí mismo en dirección contraria a las agujas del reloj, nos describe todo lo que tiene a la vista. Parece sencillo, pero no lo es. Ni muchísimo menos. Lo dicho, impresionante la capacidad de detalle descriptivo.
[...] en una descripción o en un relato, como observa Joseph Conrad en su novela corta titulada Una sonrisa de la fortuna, resulta difícil situar cada cosa en su lugar exacto. Y es que no se puede decirlo todo y describirlo al mismo tiempo, ¿verdad? hay que marcar un orden, fijar prioridades, lo cual puede difuminar el objetivo trazado [...]
EN BABILONIA es para mí el mejor relato de todos, con el que más he disfrutado, el que más guasa tiene, y además me parece muy original. Echenoz coge la descripción que en su día hizo Heródoto de la ciudad de Babilonia, que para quien no lo sepa está considerada una exageración muy poco verídica (nadie se cree lo que escribió) y se dedica a sacarle punta a todo, a reírse de sus observaciones, a ridiculizar a este historiador y geógrafo griego al que tilda de "divertido y escritor de anécdotas". Fantástico. Me he reído mucho.
Heródoto no duda en sostener que la tierra produce hasta trescientas veces lo que se siembra; como de costumbre carga las tintas, y sabe que sus lectores saben que lo hace, por lo que, convencido de que no le creerán, renuncia a precisar hasta qué altura suben los tallos de sésamo o de mijo. Sabe que pueden no creerle y lo cierto es que a veces lo han tildado de fabulador: Plutarco estima que serían necesarios  varios libros para inventariar sus mentiras, en tanto que Aulo Gelio lo tacha fríamente de mitómano [...] Pero eso a Heródoto le importa un pepino, entretanto él va y viene...
VEINTE MUJERES EN EL PARQUE DE LUXEMBURGO Y EN EL SENTIDO DE LAS AGUJAS DEL RELOJ... a ver cómo os explico esto. Acercáos a un sitio de vuestra ciudad que tenga esculturas, y poneos a describir objetivamente y de igual manera todas ellas. Una por una. Sin más hilo. Una detrás de la otra. Eso es este relato. Descripción de la escultura+tocado+joyas+expresión. Siguiente. Ocasionalmente si tienen los pechos grandes lo comenta (tal cual). Para quien le interese, esas veinte mujeres son veinte esculturas en mármol de reinas y mujeres ilustres francesas que rodean el estanque frente al Palacio de Luxemburgo en el Jardín de Luxemburgo de París. Es el relato Mercadona. Y lo digo honestamente. Yo ni lo considero relato.
María de Médicis, reina de Francia, sostiene un cetro con la mano izquierda y deja pender un pañuelo con la derecha. Tocado: cabello rizado expandido por las sienes. Joyas: ninguna. Expresión: poco amable.

INGENIERÍA CIVIL... a ver, con este relato he tenido sentimientos encontrados. Empieza siendo un tostoncete donde te cuentan la evolución de los puentes desde hace miles de años hasta ahora (arquitectónicamente, me refiero). Que a los ingenieros les encantará, pero yo soy de letras. No sabes hacia dónde quiere ir el autor, aparte de la definición cruda y espartana de la soledad del protagonista en su proyecto de inventariar cada puente del mundo. Y estaba empezando a ponerle velas negras cuando de repente ves, LO VES, hacia donde va, y además es un hecho real. Y cobra mucho más interés. Me encantaron las 7 últimas páginas, y si yo hubiese sido la autora de este relato, le hubiese dado al Supr casi a la totalidad de las primeras 17. Menos es más.
Obraba del siguiente modo. Llegaba a un paraje concreto sin prestar la menor atención a los supuestos incentivos turísticos e iba derecho al objetivo. Lo resumía en fichas y lo fotografiaba bajo todos los ángulos, examinaba al detalle el marco, los puntos que conectaba, el espacio que salvaba, lo recorría en ambos sentidos y se iba. Llevaba haciéndolo tres años.
NITROX es algo así como el relato James Bond del libro. Mola, lo ves en plan peli en tu cabeza, pero le pasa un poco como a Nelson, a mí me ha sabido a poco. Ocupa muy pocas páginas, y lo poco que lees está bien, pero no da para más lo que cuenta. Empieza, termina, y ya.
Comoquiera que en los costados de los submarinos raramente hay ventanas, ninguna luz amarilla familiar enmarcada por qué no en cortinas de cretona emite una señal tranquilizadora. Del submarino puede atisbarse por un momento su perfil autista de albacora, disminuyendo según se alejan entre sí, y Céleste Oppenheim se encuentra enseguida totalmente sola en el fondo del mar.
TRES BOCADILLOS EN LE BOURGET es el tostón. Supremo tostón (para mí). Y encima, al ser el último, como que te deja con mal sabor de boca cuando cierras el libro. El protagonista va a Le Bourget a comer bocadillos varios días en una semana y nos describe la ciudad cafetería por cafetería, calle por calle, y a ti te parece muy bien pero con el segundo bocadillo desconectas. Y además se te quitan las ganas de hacer turismo por esa ciudad.
Por fin se presentó un hombre, a quien pedí un bocadillo de jamón con gruyère y una copa de Côtes du Rhône: mi proyecto tomaba cuerpo. Fuera, pasaba la gente con paraguas, gorras, capuchas, bufandas, gorros, uno de ellos con borla, yo no tenía nada similar. Llegó el bocadillo y el vino. No podría decir si estaban buenos, creo que no mucho, pero eso no viene al caso.
Ahora voy a ser buena persona. Creo que estos relatos deben ganar mucho, muchísimo en su contexto, en el ámbito para el que fueron creados y se publicaron. Ya comento arriba que su aparición abarca 8 años y muchos tipos distintos de publicaciones. Y por eso creo que compilados aquí juntos, fuera de lo que les da sentido, pierden un poco su ser, y que leídos dentro de los proyectos a los que pertenecen seguramente tengan otro aire. Yo los he disfrutado a trozos, a ratos, unos mucho, otros no tanto, y me he quedado un poco a medias en general.

Tal y como están, la verdad es que no recomendaría este Capricho de la reina a quienes no les gustan los relatos, porque no va a hacerles cambiar de opinión, y a quienes sí les gustan, solo puedo decirles que para mí no es una compilación redonda a pesar de lo bien escritos que están, y que los hay magníficos, pero también los hay que no... no al menos fuera de los contextos que les dan un sentido y un por qué.

Como siempre (tanto en las buenas reseñas como en las reguleras) solo es mi opinión, y ya comento arriba que si buscáis por ahí, este libro tiene críticas magníficas de la prensa especializada, y probablemente si lo leéis lo disfrutéis más que yo. Pero yo no me bajo de mi burra, que para eso es mía :) Igual que os digo todo esto, os confieso también que me ha gustado tanto como escribe que si puedo hacerme con alguna novela suya lo haré (que además hay muchas publicadas en español), porque quiero conocerle contando una historia larga. Tengo la sensación de que la disfrutaré mucho más... no sé si ha sido buena idea conocerle precisamente con estos relatos, por muy buenos que sean algunos de ellos.

 


Jean Echenoz (Orange, 1948). Ha publicado en Ana­grama doce novelas: El meridiano de Greenwich (Pre­mio Fénéon), Cherokee (Premio Médicis), La aventura malaya, Lago (Premio Europa), Nosotros tres, Rubias peligrosas (Premio Novembre), Me voy (Premio Gon­court), Al piano, Ravel (premios Aristeion y Mauriac), Correr, Relámpagos y 14, así como el volumen de re­latos Capricho de la reina.  
En 1988 recibió el Premio Gutenberg como «la mayor esperanza de las letras francesas».

lunes, 25 de septiembre de 2017

RESEÑA (by MH) ::: UNA VISTA DEL PUERTO - Elizabeth Taylor




Título original: A view of the harbour
Autora: Elizabeth Taylor
Editorial: Gatopardo
Traducción: Carmen Francí
Páginas: 314
Fecha publicación original: 1947
Fecha esta edición: enero 2016
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 19,95 euros 
Diseño de cubierta: Rosa Lladó
En un pequeño pueblo de la costa inglesa, durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Robert, el marido de una escritora de novelas, se siente atraído por Tory, una divorciada con un hijo. Éste es el punto de partida del que se sirve Elizabeth Taylor para construir una novela coral sobre la vida de un pueblo costero y los sentimientos de sus gentes.
 
Taylor describe con destreza, y de manera implacable, las relaciones familiares y afectivas de las clases media y alta británicas. Fue amiga de la escritora Ivy Compton-Burnett y del novelista y crítico Robert Liddell. El escritor Kingsley Amis la consideraba una de las mejores escritoras del siglo XX.

La consecuencia natural, después de descubrir a Barbara Pym, era hacer lo propio con la autora que casi siempre es nombrada junto a ella, Elizabeth Taylor. Están consideradas como dos de las mejores escritoras inglesas de la segunda mitad del siglo XX, y yo, como es natural, algo así no me lo pierdo por nada del mundo.

La trama se desarrolla en la parte vieja de un pueblo pesquero recién finalizada la Segunda Guerra Mundial. Como vieja que es, ha quedado obsoleta, un tanto abandonada a su suerte y sin vida, porque todo lo bueno se ha trasladado a la parte nueva. Así, en este entorno decadente, con tufillo a rancio, ambienta Taylor una historia muy alejada de grandilocuencias y giros enrevesados. La vida de a pie, la de las personas normales, es la que es. Cada una tiene sus propias aristas, sus particulares detalles, esconde risas, disimula desamores, compone apariencias y arrincona secretos... pero son eso, vidas normales de personas normales con sus sentimientos de puertas para adentro. Y ya sabemos que eso, bien contado, puede llegar a ser muy seductor y fascinante. A mí estas novelas, repito, bien narradas, me atraen como la miel a las moscas.

Aunque el desarrollo de la novela debe quedar a merced de quienes se aventuren a leerla (¡que espero que seais muchos!), creo que debo presentaros a los actores que se pasean por las páginas, porque son la esencia de esta historia. Estamos ante una novela coral, en la que algunos personajes tienen más peso que otros, pero todos inciden en las vidas de los demás y son imprescindibles para el desarrollo de la trama. Taylor reduce la vida de este pueblo a una calle: entre el pub, la tienda de ropa de segunda mano, la exposición de figuras de cera, y las casas de Tory y Beth, se desarrolla el 95% de la historia, con ocasionales visitas a la estación, el cementerio y el malecón.

Así, conocemos a la señora Bracey y sus hijas, Maisie e Iris. Ellas son las propietarias de la tienda de ropa de segunda mano, aunque Iris trabaja fuera, en el pub. De la tienda se hace cargo Maisie, pues la matriarca de la familia está inválida de piernas para abajo y su vida se limita a una cama en la trastienda. La señora Bracey es amante de las bromas soeces, cotilla en grado sumo, controladora con sus hijas, criticona con todo el que se le ponga por delante y tiene muy mala idea. Su postramiento no ayuda mucho a suavizar su carácter, y trae tanto a sus hijas como a los vecinos que la visitan por la calle de la amargura. Y no puedo perdonarle, no lo haré jamás, que considere vulgar a Dickens... ¡nada menos que a Dickens! ¡Lo que hay que leer por no estar ciega! Desde ese momento le hice un tachón más grande que la catedral de Burgos xD.

Proseguimos. Lily Wilson está a cargo de la exposición de figuras de cera, y vive en un pisito justo arriba. Viuda tras la guerra, su único nexo de unión con ese pueblo era su marido. Ahora no sabe qué hacer con su vida, viéndose atada a un negocio que le pone los pelos de punta y un lugar que aborrece. En lo más profundo de su corazón, culpa a su marido por dejarla sola. Por su parte, Bertram Hemingway es un antiguo marino, soltero ya maduro, que ha decidido que quiere ser pintor, y a poder ser de éxito. Ha recalado en el pueblo para pintar paisajes, y menos eso, hace de todo. Es la versión inglesa del viejo del visillo: entrometido, preguntando siempre a todo el mundo por su vida, por lo que hacen y dejan de hacer, queriéndose enterar siempre de todo, criticando por dentro lo que le dicen, creyéndose imprescindible y oteando lo que pasa en cada uno de los edificios y casas que tiene a la vista.

Y llegamos a los dos hogares donde se cuece la trama principal. Tory está divorciada y vive sola. Durante la guerra su marido la abandonó mientras estaba en el ejército por una mujer de uniforme. Tiene un hijo que está en un internado y del que recibe cartas un tanto curiosas. Es la mujer distinguida del pueblo, la que destaca, y todos los hombres caen rendidos a sus pies; es de esas mujeres que levantan pasiones sin que ella haga nada por propiciarlo, porque además tiene otras cosas en la cabeza. Justo en la casa de al lado vive su amiga del alma desde la infancia. Beth lleva más de dos décadas casada con Robert. Tienen dos hijas, Prudence, de veinte años, especial aunque no tiene un pelo de tonta, y Stevie, de cinco. Beth es escritora, y eso es lo único que es y le importa. Está desconectada del mundo, no pisa jamás la calle, es madre porque es lo que tocaba, pero escribe, escribe, escribe... Robert, médico, vive atrapado en la rutina y monotonía de una existencia que le asfixia. Cumple con todas y cada una de las obligaciones de ella: es buen marido, es buen padre, es muy trabajador... pero está perdidamente enamorado de Tory.

Todos estos personajes conforman la vida de un pueblo en el que de puertas para afuera parece que no pasa nada y todo resulta la mar de anodino, pero que de puertas para adentro, de manera inevitable y como ocurre en toda casa de vecino, las pequeñas cosas levantan marejadas. La prosa de Taylor es detallada, muy descriptiva, pero nada pesada. En algunos capítulos se detiene en una sola de las casas o escenarios, y en otros están pasando varias cosas a la vez en varios sitios distintos y va simultaneando los acontecimientos, lo que hace que conozcamos los puntos de vista de unos y otros constantemente. Una novela costumbrista en la que parece que solo se nos narran las relaciones a nivel vecinal y familiar de un grupo de personas, pero que esconde una mordacidad que va directa a la yugular, y una agudeza que traspasa las páginas. Taylor no es nada condescendiente con sus personajes, los presenta como son, con sus fallos y sus defectos, y espera que tú los aceptes en su imperfecta humanidad. Y eso mismo haces.

Se dice de esta autora que es la Jane Austen del siglo XX, y me cuesta estar completamente de acuerdo. Quizás sí en el sentido de que ambas, Austen y Taylor, narraban la realidad social que les rodeaba de una manera aguda y realista, pero Taylor es mucho más cruda a la hora de plasmar las relaciones afectivas y familiares, y aunque es el primer libro que leo de la autora, me da que lo de los finales felices (o lo que entendemos por ellos) no va con ella. Quizás ahí radique precisamente lo que les une y, al tiempo, las diferencia: que realmente las dos son hijas de su tiempo, pero los tiempos de ambas escritoras son como la noche y el día en muchos aspectos sociales y literarios. Aun así, si me preguntasen a mí quién está más próxima a Austen, creo que diría que Barbara Pym, porque demuestra más cariño por sus personajes... es quizás más amable con ellos, les da más margen. Pero vamos, que esto es solo una apreciación mía que seguramente no viene mucho a cuento y que a saber si cambia con otras lecturas de esta autora... pero ya sabéis que si callo, reviento :)

No me voy más por las ramas. Leído mi primer libro de Elizabeth Taylor, solo puedo decir que es de esas autoras que si te gustan cuando la descubres, si conectas con su forma de contar las cosas y ver la vida, con ese cinismo realista e inflexible, con ese talento para plasmar la vida tal cual es sobre el papel, con ese humor solapado, implementado como quien no quiere la cosa por aquí y por allá... ya no la abandonas y te mueres por repetir. Es mi caso, que aunque creo que ha quedado claro a lo largo de la reseña, nunca está de más incidir sobre lo evidente. Volveré a ella más pronto que tarde. He disfrutado muchísimo de Una vista del puerto; me encanta descubrir pequeñas joyitas cuando menos lo espero... o, reformulando, me encanta que lo que yo espero que sea joyita lo sea realmente y esté a la altura de mis expectativas, que creo que se ajusta más al caso :)



Elizabeth Taylor (1912-1975). Nació en 1912 en Reading, Berkshire (Inglaterra). Tras finalizar sus estudios, trabajó como institutriz y bibliotecaria. A los veinticuatro años contrajo matrimonio con un hombre de negocios y se instaló en Penn, un pequeño pueblo de Buckinghamshire. Escribió doce novelas (La señorita DashwoodÁngelEn el veranoEl hotel de Mrs. Palfrey entre otras). Una vista del puerto fue publicada en 1947. Escribió, además, cuatro libros de cuentos.

La escritora Anne Tyler ha dicho de ella que es la Jane Austen contemporánea. Junto a Barbara Pym está considerada una de las escritoras inglesas más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

RESEÑA (by MB) ::: EL CÍRCULO DE AGUA CLARA - Gavin Maxwell



Título original: Ring of bright water
Autor: Gavin Maxwell
Editorial: Hoja de Lata
Traducción: Manuel de la Escalera
Páginas: 300
Fecha de publicación original: 1960
Fecha esta edición: junio 2015
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 22,90 euros
Ilustración de cubierta: The Ninth Wave (The Estate of Charles Tunnicliffe)
Ilustraciones interiores: Gavin Maxwell, Michael Ayrton, Peter Scott, Robin McEwen



  
En la primavera de 1949 Gavin Maxwell, joven universitario y naturalista en ciernes, se instala con su perro Jonnie en el lugar más remoto y deshabitado de Escocia, entre las Highlands Occidentales y las islas Hébridas. Allí, en una casita amueblada con cajas de pescado arrastradas por la marea, la vida transcurre al son de las estaciones y en compañía de los poquísimos vecinos del lugar. Las anguilas remontan cada año la cascada y millones de arenques plateados huyen de las voraces orcas; las cuevas de antiguos buhoneros son ahora madrigueras de foca, y a la compra hay que ir en bote de remos.

En medio de este paraíso salvaje aterriza Mijbil, un cachorro de nutria proveniente de Iraq que, con su arrebatadora personalidad, conquistará (y pondrá patas arriba) el corazón de su dueño.

Narrada con humor, ternura y un hondo e instintivo respeto por la naturaleza y por todos los animales que en ella habitan, El círculo de agua clara es un clásico indiscutible de su género. Una valiosa capsulita de oxígeno para los tiempos que corren.

Así pues, este libro trata sobre mi vida en una casita solitaria de la costa nordeste de Escocia, de los animales que la compartieron conmigo y de los que fueron mis únicos vecinos en este paisaje rocoso y marino.
Gavin Maxwell, autor de El círculo de agua clara, fue un naturalista escocés apasionado de su tierra, de la vida y sobre todo de las nutrias.

El círculo de agua clara es la primera entrega de su trilogía, en la que nos narra a modo de memorias y recuerdos un período de su vida, en concreto los ocho años que pasó en Camusfeàrna, nombrada con un seudónimo pues, según sus palabras:
Identificarla en letra impresa vendría a ser como sacrificar en cierto modo su lejanía y soledad y traicionarla; como si, al hacerlo, la pusiera más cerca de sus enemigos: la vida urbana y la industria.
Leer El círculo de agua clara en pleno verano y en mi tierra manchega, donde las temperaturas rondan los cuarenta, mañana, tarde y casi noche, supuso un torrente de frescor, aire y naturaleza que nuestra mente interpreta como espejismos u obnubilaciones imposibles pues, en su novela, Mister Maxwell nos describe con ese lenguaje tan sencillo y cercano todas esas tierras milenarias y lejanas de las Higlands escocesas y, sobre todo, nos sumerge en su hábitat, esa sociedad compuesta por mar, roca y los seres primigenios que la habitan desde los primeros tiempos.

Camusfeàrna, el centro de su ecosistema, es ese útero protector, el núcleo vital que envuelve y protege unas veces más que otras a toda esa naturaleza salvaje y pura que tanto deleita a nuestro autor.

Tal y como él mismo comenta en sus memorias, primero buscó la soledad y retiro en esas maravillosas tierras, pero luego, como todos sabemos, el hombre es un animal social. Esta sociedad, o mejor dicho familia, primeramente la formó con su fiel perro Jonnie, que le acompañó en los primeros tiempos; después de Jonnie, mister Maxwell necesitaba otra mascota, otro miembro para su familia, pero de una especie diferente: ese lugar lo ocupó Mijbil, una nutria rara venida de lejos, Iraq, y de la que quedaban pocos ejemplares.

El año que pasaron juntos Mijbil y Gavin Maxwell, lo recuerda nuestro autor como uno de los mejores, rico en experiencias y sensaciones. Por circunstancias que no voy a revelar el tiempo de Mijbil pasa, pero deja un vacío en Camusfeàrna que solo puede ser llenado por otra nutria, Edal.

Básicamente, las memorias y recuerdos que Gavin Maxwell relata en El círculo de agua clara son todas las vivencias junto a sus mascotas... o más concretamente, como él mismo declara, su familia, la cual se relaciona con ese ecosistema primigenio y único donde, de alguna manera, intentarán exprimir cada gota de vida y energía que les aporta esa naturaleza viva y desatada.

Todo ello, salvo algunos momentos realmente dramáticos, está narrado con ese sentido del humor tan british, donde las connotaciones inteligentes de Maxwell hacen que en cada página de su obra se respire toda la salinidad que esas tierras pueden aportar, transmitiéndonos un torrente de emociones carentes de artificio y superficialidad.

Reconozco que lo primero que me animó a leer este libro fue si de alguna manera estaría inspirado por uno de mis autores preferidos, el gran Thoreau. En este sentido considero que Maxwell no tiene nada que ver con el espíritu naturista del gran Thoreau... hay cosillas que no van con mi pensamiento o mis valores. No estoy muy de acuerdo con Maxwell (tal vez por desconocimiento o los tiempos que le tocaron vivir) en el tratamiento de las especies en extinción, en querer una mascota sí o sí e intentar adaptarla a un ecosistema tan diferente y distinto al suyo. Además luego está todo el antropomorfismo, la personificación que hace de sus mascotas. Entiendo que la soledad es muy mala, pero al final una nutria es una nutria, y siempre estará mejor en su hábitat con su especie que fuera de ella. Este punto lo entendía Thoreau de una manera diferente: él amaba sus bosques tal como eran, los quería porque el hombre apenas los había tocado y lloraba por los que sí había transformado... esto solo es una consideración más.

La edición rústica con solapas de Hoja de Lata me encanta. Es preciosa, como todos sus libros; rubricados con un sello tan personal que siempre que caen en nuestras manos los identificamos y distinguimos de las demás editoriales.




Gavin Maxwell (Elrig, 1914 - Inverness, 1969) fue un autor, naturalista y aventurero escocés célebre por sus apasionados libros sobre las nutrias y sobre la vida salvaje en Escocia.

Tras estudiar administración de fincas en Oxford, servir en las fuerzas especiales durante la segunda guerra mundial y fracasar en su intento de levantar una pesquería de tiburones en el norte de Escocia, Maxwell aceptó instalarse en Sandaig, un paraje remoto de las islas Hébridas que en sus libros bautizó con el nombre de Camusfeàrna. Allí escribió la famosísima Trilogía del Círculo de Agua Clara, en la que narra su nueva vida en una rústica cabaña de madera junto al mar. De la primera entrega, El círculo de agua clara (1960), llegó a vender más de un millón de ejemplares. A ella le seguirían The Rocks Remain (1963) y The Raven Seek Thy Brother (1969).

RESEÑA (by MH) ::: CARTAS DE AMOR DE ENRIQUE VIII A ANA BOLENA - Enrique VIII



Título original: Love letters of Henry Eighth to Anne Boleyn
Autor: Enrique VIII 
Recopiladas originalmente por: John W. Luce & Company
Editorial: Confluencias
Traducción: José Jesús Fornieles Alférez
Introducción: José Jesús Fornieles Alférez
Epílogo: José Miguel Parra
Páginas: 93
Fecha de publicación original: 1906
Fecha esta edición: marzo 2016
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 12 euros

Mujeriego empedernido y cruel, Enrique VIII (1491-1547), segundo representante de la Casa Tudor, se obsesionó con la bella y elegante Ana Bolena (1501-1536), marquesa de Pembroke y dama de la aristocracia inglesa. Tanto suspiraba el monarca por Ana, que anuló su matrimonio con su primera esposa, Catalina de Aragón (1485-1536), hija de los Reyes Católicos, un repudio que rechazó la Iglesia Católica y que desembocó en el cisma anglicano.
 
Conservadas en el Vaticano, inéditas en castellano, este conjunto de cartas revelan los sentimientos de un Rey enamorado, obligado a «honraros, amaros y serviros» y que, finalmente, mandó a decapitar a quien durante varios años había sido su querida esposa.

Sip, habéis leído bien el título. MH y sus rarezas una vez más xD.

Pues eso, lo que es, es, el título da poco margen a la imaginación, y os lo traigo por aquí aun sabiendo que no será de interés para (casi, supongo) nadie.... pero no puedo dejar de enseñároslo, aunque anticipe que lo vais a dejar pasar en grupo. Sé que su interés (salvo para quien le guste la historia de Inglaterra en general, o la de la dinastía Tudor en particular, o ya, afinando mucho, la de este señor que fue Enrique VIII) es, digámoslo así, nulo. Pero yo reúno todas y cada una de esas premisas, así que cuando me enteré de que estas cartas se habían traducido al castellano, sé que será difícil de creer, pero se me puso cara de felicidad tonta. El caso es que esta vez, de verdad y sin que sirva de precedente, creo que no me voy a extender demasiado (aunque la intro no dé muchas esperanzas al respecto xD).

Pido perdón por adelantado, eso sí, a historiadores y/o expertos en la materia porque yo no soy ninguna de las dos cosas, por lo burdo del lenguaje y por lo muy superficial de los datos, pero es para que no se haga pesado. Va a ir todo como muy por encima :)

La primera vez que yo tuve constancia de que esta correspondencía se conservaba cinco siglos después de haber sido escrita fue en una visita a la British Library de Londres. Allí hay una sala de las maravillas donde se exponen cartas, manuscritos, borradores... de escritores, personalidades eminentes británicas, etc... que abarcan varios siglos de historia. Bueno, pues allí vi expuesta una carta de Enrique VIII a Ana Bolena. Y no sé el tiempo que pasé delante de ella, maravillada por el descubrimiento, por tener eso tan inesperado delante de mí (es que lo mío con los Tudor viene de lejos, qué le voy a hacer). Al volver a casa, supe que el resto de cartas estaban en los Archivos Vaticanos, y ahí quedó la cosa... hasta hace unos meses, que descubrí esta edición en castellano.

No tengo intención de aburriros con la historia de ¿amor? de Enrique y Ana (un globo, dos globos, tres globos), pero por situar en contexto al trote, Enrique VIII llevaba años casado con Catalina de Aragón; mujeriego impenitente, cambiaba de amante como de servilleta, y un día se cruzó en su camino Ana Bolena, quien le dijo que nanai de la china, que ella no iba a ser su amante como las otras (amante carnal, para que nos entendamos), ella quería más, quería boda... y claro, Enrique, a quien ninguna cortesana le decía que no, ante tamaña osadía, cayó rendido a sus pies (iba a utilizar una palabra más vulgar y moderna, pero me la ahorro. Echadle imaginación). Cuando los rumores del enamoramiento del rey inundaron la corte, Ana tuvo que marcharse a la casa familiar de Hever durante cosa de un año y medio con la amenaza de no volver jamás (esto ocurrió entre los años 1527 y 1529). A ese periodo corresponden estas cartas, únicos meses que estuvieron separados los dos tortolitos (la separación definitiva llegó cuando el enamorado Enrique ordenó decapitar a su querida Ana, pero claro, esa es otra historia).

Y eso son, cartas de amor en las que Enrique primero está cabreado porque no le queda nada claro a qué juega la Bolena, luego le suplica a su amada que le haga caso, que le dé muestras de su amor, que vuelva a él, que le conceda "su cuerpo y su corazón", que sea su amante de pleno derecho... y mientras Ana, lista como ella sola, se hace la tonta tirando la piedra y escondiendo la mano, y manteniéndose firme en su negativa a ser su amante si no se casa con ella primero.
Dándole vueltas al contenido de vuestras últimas cartas, me encuentro en una gran agonía, no sé cómo interpretarlas. No sé si me perjudican, como se muestra en algunos pasajes, o me benefician, como se manifiesta en otros lugares, suplicándoos con ansiedad que me dejéis conocer vuestro pensamiento al completo sobre el amor que existe entre nosotros.
Pero además de cómo todo un rey de Inglaterra suplica el amor de una muchacha que sabe muy bien cómo manejarlo, también resulta muy interesante todo lo demás que Enrique dice cuando deja a un lado las palabras de enamorado. En estas cartas entrevemos el comienzo de lo que hizo que esta relación pasara a la historia del modo en que lo ha hecho.

Sin querer (me repito) ponerme cansina con datos históricos, hay que señalar que Enrique VIII estaba decidido a casarse con Ana Bolena: necesitaba un hijo varón que Catalina no podía darle, Ana Bolena no iba a compartir cama con él si no estaban casados... y, en fin, necesitaba quitar a Catalina de Aragón del cuadro (la pobre aún tuvo suerte visto lo visto con esposas futuras). El caso es que el rey, encaprichado y obsesionado, alteró el destino político, religioso y social de Inglaterra con la única finalidad de casarse con esta cortesana (de perteneciente a la corte, no el otro significado), y de paso empezó a practicar lo de decapitar a todo el que no le besase el culete, Tomás Moro a la cabeza (chiste malo y negro, sorry). Como desde Roma le negaron la anulación y le amenazaron con la excomunión, Enrique rompió con Roma y con la Iglesia Católica, fundó la Iglesia de Inglaterra, se nombró cabeza de esa Iglesia, y cuando todo estuvo a su conveniencia, se casó con Ana Bolena (en secreto, que el señor tenía prisa, ya se sabe... meses después sería legal).

Bueno, pues del comienzo de todo eso ya se empiezan a ver indicios en estas cartas. Enrique no conseguía que Ana volviera a la corte, sabía que tenía que hacer algo, y en estas misivas de amor ya le va hablando de cómo un enviado papal se dirige hacia Roma para pedir la anulación de su matrimonio con Catalina, y de cómo hará todo lo que tenga que hacer para casarse con ella (y lo hizo, vaya que si lo hizo). También se habla de la epidemia de "sudor inglés" que asoló Inglatera en 1528, que afectó tanto a ricos como a pobres (incluida la corte del rey), y de la que Ana se contagió en su retiro, aunque consiguió recuperarse... O cómo Ana ya tomaba decisiones que afectaban al reinado de Enrique e influía poderosamente en las opiniones del rey en asuntos de Estado. Es decir, que sí, son cartas de amor, pero también se alude a ciertos acontecimientos políticos y sociales que estaban ocurriendo en aquella época.

En esta edición se traducen las 17 cartas que se conservan de Enrique a Ana en ese periodo de tiempo, además de una misiva de Ana al cardenal Wolsey (la correspondencia de Ana a Enrique no se ha conservado). Aparte, un prólogo y un epílogo breves y concisos pero efectivos y al grano, nos sitúan en el periodo y las circunstancias que rodearon la escritura de estas cartas y las consecuencias que tuvo esta relación a nivel político, social y religioso en Inglaterra (les paso por alto que llamen Carolina a Catalina).

Sé que hay que tener unos intereses un poco peculiares para que a alguien le llamen la atención estas cosas, y yo reconocozco que los tengo. Estas cartas me parecen unos documentos únicos de una época histórica que me apasiona, y de una relación que provocó un cisma en una Inglaterra que cambió para siempre hacia lo que es hoy en día a muchos niveles... sinceramente, me parece una maravilla que se hayan conservado. Para qué engañarnos, Enrique como escritor no era Shakespeare, y como escritor romántico ya ni os cuento, pero el valor histórico de estas cartas es enorme y único.

Si no temiera aburriros os hablaría mucho más de este rey en general y de este matrimonio en particular, pero no tiento a la suerte. Por desgracia, a Ana le sirvieron de poco tanta inteligencia y maquinación: Enrique buscaba lo que buscaba, ella tampoco le dio un hijo varón y acabó perdiendo la cabeza literalmente por ello (no me creo nada de todo lo que se inventaron para ajusticiarla). Los amores de este señor eran efímeros, caprichosos y crueles, y la caja de los truenos de su despotismo se abrió cuando puso Inglaterra patas arriba con tal de sacar adelante esta relación. Después de eso, ya nadie podía pararlo.


En fin, que si por casualidad a alguien le interesa mucho este tema y le descubro la existencia de esta edición, aunque solo sea una persona, objetivo conseguido. Yo estoy requetefeliz con mis cartas :)


Enrique VIII, hijo de Enrique VII, el primer Tudor, nació en Greenwich, cerca de Londres, en el palacio de Placentia, el 28 de junio de 1491. Desde el 22 de abril de 1509 fue rey de Inglaterra y señor de Irlanda, hasta su muerte acaecida en el palacio de Whitehall (Londres) el 28 de enero de 1547.
 
Ha pasado a la historia como el rey que rompió con la Iglesia de Roma, para fundar la iglesia anglicana, como aquel que durante su reinado Inglaterra se unió con Gales y, sobre todo, como Enrique VIII el de las seis mujeres.